Hoy vivir no significa otra cosa que producir. Todo se traslada de la esfera del juego a la esfera de la producción. Todos nosotros somos trabajadores, hemos dejado de ser jugadores. El propio juego se degrada a una ocupación para el tiempo libre. Solo se tolera el juego débil. Constituye un elemento funcional dentro de la producción. La sagrada seriedad del juego ha dejado paso a la seriedad profana del trabajo y la producción. La vida que se somete al dictado de la salud, la optimización y el rendimiento se asemeja a un sobrevivir. Carece de todo esplendor, de toda soberanía, de toda intensidad.