Tierra, techo, trabajo

Lo que es seguro es que tenemos un papa que ha decidido, de manera completamente inédita y original, poner la más grande y bien estructurada organización religiosa del mundo al servicio de un proyecto político que se propone insistir en algunos problemas específicos (agua pública, leyes sobre el salario mínimo, defensa de los desahuciados, etcétera), que mira con esperanza hacia el futuro del mundo y que no tiene miedo de mostrarse contracorriente.

A la Iglesia —continúa Bergoglio— corresponde la tarea de desmitificar esta visión y de «acabar con el mito del progreso infinito», por otro lado desmentido gracias a las revelaciones de la ciencia.

El asunto de fondo es que la sociedad occidental, con la contribución de muchos cristianos, ha malinterpretado el relato de la Creación exaltando la misión del «dominio» sobre la Tierra (1.28) y olvidando la de «custodia» (2.15).

Según la definición que hace la personalidad más relevante entre los estudiosos de la teología del pueblo, Lucio Gera —asumida por Bergoglio—,[31] el pueblo se estructura a partir de una cultura común, de una historia común y del haber compartido un proceso histórico.

Hay quien ha llamado en causa a la categoría del «populismo» asociando, como se ha dicho, la teología del pueblo al peronismo. Se trata, sin embargo, de un falso problema, pues la teología del pueblo es anterior a Perón, y encuentra sus raíces en los primeros años del siglo XX.

mirada puesta en una «tercera vía» entre el neocapitalismo y el marxismo que diera relieve a la dimensión de la piedad popular y de la unidad.

Con Bergoglio ha sido rechazada la idea de que la Iglesia sea portadora de una ideología particular y compatible con el orden existente. La institución eclesiástica se propone hoy (también) como espacio de encuentro y como megáfono de las reclamaciones sociales de quien «lucha contra las causas estructurales de la pobreza».

los tres discursos de Bergoglio que recoge este libro representan la última etapa de un proceso que comenzó con el Concilio Vaticano II, pero que sufrió una especie de inversión de marcha con el largo pontificado de Juan Pablo II, marcado por un regreso a una concepción más tradicional de la Iglesia discente.

De acuerdo con Agnoletto, el papa Francisco es —de hecho— postideológico, porque ha superado los cimientos tradicionales de la doctrina social, el interclasismo y el paternalismo que han distinguido la organización y el pensamiento social en contraposición a la amenaza socialista.

Según Grabois: «Francisco subraya el carácter profundamente revolucionario del proyecto de Jesús […]. Actualiza la atención preferente por los pobres y afirma que esta no implica solo solidarizarse con ellos, sino también reconocerlos como sujetos sociales y políticos».