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Livros
Ian McEwan

Chesil Beach

Tienen poco más de veinte años, y se conocieron en una manifestación contra las armas nucleares. Florence es una chica de clase media alta, su padre es un exitoso hombre de negocios y su madre una activa profeso­ra universitaria, y viven en una casa donde se comen quesos franceses y yogur. Edward, en cambio, pertenece a una familia que apenas se sos­tiene en la zona baja de la clase media; su padre es maestro, y su madre, tras un imprevisible accidente, vive desde hace años en una nebulosa. Y en su casa no hay comidas caras o extranjeras, las camas nunca se ha­cen, las sábanas rara vez se cambian, ni se limpian los lavabos. Florence es violinista, y Edward ha estudiado Historia. Y ambos son inocentes, y vírgenes, y se aman, y tras uno de esos largos cortejos de tira y afloja, se han casado. Es un día de julio de 1962, un año antes de que, según Philip Larkin, en Inglaterra se empezara a follar, cuando El amante de Lady Chatterley aún estaba prohibido y no había aparecido el primer LP de los Beatles… Edward y Florence van a pasar su noche de bodas en un hotel junto a Chesil Beach, y lo que sucede esa noche entre esos dos inocentes, esos jóvenes esposos de una clase social y unos años donde hablar sobre pro­blemas sexuales era imposible, es la materia con que McEwan construye su chejoviano, delicadísimo, terrible mapa de una relación, del amor, del sexo, y también de una época, y de sus discursos y sus silencios.
141 páginas impressas
Publicação original
2008
Ano da publicação
2008

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Impressões

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  • Dianela Villicaña Denacompartilhou uma impressãohá 3 anos
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Citações

  • Haroldo Piñafez uma citaçãohá 5 dias
    A Florence le preocupaba algo más serio, y hubo momentos durante el viaje desde Oxford en que creyó que estaba a punto de reunir el valor de sincerarse. Pero lo que la angustiaba era inexpresable, y apenas era capaz de formulárselo ella misma. Mientras que él sufría simplemente los nervios convencionales de la primera noche, ella experimentaba un temor visceral, una repulsión invencible y tan tangible como un mareo. La mayor parte del tiempo, a lo largo de todos los meses de alegres preparativos de boda, logró hacer caso omiso de aquella mancha sobre su felicidad, pero cada vez que sus pensamientos se centraban en un estrecho abrazo –era la expresión que prefería–, el estómago se le contraía secamente y sentía náuseas en el fondo de la garganta. En un manual moderno y progresista que en teoría era útil para novios jóvenes, con sus signos de admiración risueños y sus ilustraciones numeradas, tropezó con algunas expresiones y frases que casi le dieron arcadas: membrana mucosa, y la siniestra y reluciente glande. Otras frases ofendían su inteligencia, sobre todo las referentes a entradas: No mucho antes de penetrarla... o, ahora por fin la penetra y, felizmente, poco después de haberla penetrado... ¿Se vería obligada la noche de boda a transformarse para Edward en una especie de portal o sala a través del cual pudiese él actuar? Casi con igual frecuencia había una palabra que sólo le sugería dolor, carne abierta por un cuchillo: «penetración».
  • Haroldo Piñafez uma citaçãohá 5 dias
    a los dos, por separado, les preocupaba el momento, algún momento después de la cena, en que su nueva madurez sería puesta a prueba, en que yacerían juntos en la cama de cuatro columnas y se revelarían plenamente al otro. Durante más de un año, Edward había estado fascinado por la perspectiva de que, la noche de una fecha determinada de julio, la parte más sensible de sí mismo ocuparía, aunque fuese brevemente, una cavidad natural formada dentro de aquella mujer alegre, bonita y extraordinariamente inteligente. Le inquietaba el modo de realizarlo sin absurdidad ni decepción. Su inquietud específica, fundada en una experiencia infortunada, era la de sobreexcitarse, algo que había oído denominar a alguien «llegar demasiado pronto». La cuestión estaba siempre en su pensamiento, pero si bien el miedo al fracaso era grande, mayor era su ansia de éxtasis, de consumación.
  • Irving Floresfez uma citaçãohá 2 anos
    Lo único que ella había necesitado era la certeza de que él la amaba y la tranquilidad de que él le hubiera dicho que no había prisa porque tenían toda la vida por delante. Con amor y paciencia –ojalá hubiera él tenido las dos cosas a un tiempo– sin duda los dos habrían salido adelante.

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