La Desaparición de Stephanie Mailer

A veces creemos que conocemos a las personas y descubrimos secretos asombrosos sobre ellas.

—No lo sé. Tengo dos días para que ocurra un milagro. Y, si no, lo que anunciaré será mi dimisión

Lo veía todo borroso y le daba la impresión de que le fallaban las piernas. Sus voces atrajeron por fin a un vecino de una calle paralela, quien avisó a emergencias.

Pero, al acercarse a Meghan, vio la sangre y el agujero detrás de la cabeza.

Cuando volvía a arrancar, divisó una forma en la acera. Al principio, le pareció un montón de ropa. Hasta que se dio cuenta de que se trataba de un cuerpo. Entonces salió precipitadamente del coche, con el corazón palpitante: era su mujer.

Meghan había salido, como todos los días, a eso de las seis y media, para ir a correr.

Al volante, un hombre escudriñaba las aceras con destellos de pánico en la mirada. Nunca se había sentido tan solo en el mundo. No había nadie para ayudarlo. No sabía qué hacer. Andaba buscando desesperadamente a su mujer: había salido a correr y no había vuelto.

lo sucedido el 30 de julio de 1994 en Orphea, una ciudad de veraneo pequeña y encopetada a orillas del océano.

La verdad es que la vida está mal hecha: a todo el mundo le gustaría que yo me fuera, pero aquí sigo

—Es que, Anna, hay que ver —me dijo mi madre—. ¡Cuatro meses sin mantener relaciones sexuales!