El famoso itinerario filosófico del amor enseña al hombre que ama a otro hombre la «contemplación gradual y correcta de las cosas bellas», hasta que llega a la idea de la belleza, una belleza que «existe siempre, que ni nace ni muere, que ni aumenta ni decrece».102 El amante asciende así, por grados, desde el amor a un solo cuerpo al amor de la belleza en todos los cuerpos bellos, para luego amar como algo más precioso aún la belleza de las almas y, por encima de todo, la de las virtudes y el saber que las almas bellas llevan en su seno, hasta que alcanza, a través del infinito mar de la belleza, la contemplación del que es (y ha sido siempre, desde el principio) el verdadero objeto de su incontenible deseo: la belleza en sí, es decir, esa idea de lo bello a la que la philosophía aspira en cuanto amor a la sabiduría.