Fue la primera vez que sentí alivio en semanas y, a partir de ese momento, leí sin parar todas las novelas románticas con las que pude hacerme. Y luego, sin planearlo, empecé a escribir una, y esa sensación, la sensación de enamorarme perdidamente de una historia y de sus personajes cuando brotaban de mí, no se podía comparar con nada.