La soledad

La búsqueda ansiosa de confirmación del propio valor casi siempre conduce a un resultado contrario. «Quien se exhibe no brilla»,

así como las palabras de Jesucristo a Felipe y a Andrés ante la marea humana que gritaba su entusiasmo mesiánico el Domingo de Ramos: «Si el grano de trigo cae en tierra y no muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto». Del terreno amargo de la soledad surge la semilla de la relación vital con el otro y con el mundo. Sin muerte no hay vida; sin soledad no hay encuentro ni relación. Si no sabes estar solo, no sabes estar con otro; si no sabes estar con otro, no sabes estar solo.

la regla de oro ha de ser: «utilizar el mundo virtual para mejorar el real».

«lo hermoso de la vida es buscar lo hermoso de la vida»

«Negar la soledad es negarse a sí mismo»

sufrir momentos de soledad no es lo mismo que sentirse constantemente solo

El primer y fundamental paso en el análisis de la soledad consiste en mirarla como se mira una moneda, con sus dos caras, esto es, como algo que se elige y se busca o, por el contrario, como algo que se sufre y se rechaza.

soledad es parte esencial de la condición humana.

Séneca escribió que «el sabio se basta a sí mismo», pero no porque quiera estar solo, sino porque gracias a esto es capaz de renunciar a todo lo que no vale la pena ser vivido.

El hombre nunca puede huir de la complementariedad de tres relaciones ineludibles: la relación consigo mismo, la que establece con los otros y la que mantiene con el mundo, puesto que, incluso en su soledad física, en su mente siempre permanece en contacto con su existencia, o sea, con su exposición al flujo de la existencia