De los enochianos me gustaron tres cosas. La primera, la nota de humor del nombre: Enoch, padre de Matusalén, vivió siglos, sin modo alguno de acabar con él. Así que el Génesis explica su muerte diciendo que no hubo muerte: se fue para el cielo vivo, tal cual, como quien va al gestor.
La segunda: se reúnen sin más fin que comer, beber e intercambiar ideas. Se saben en extinción y no aspiran a más. Entre ellos hay madereros, forjadores, metalúrgicos, azafraneros, viñateros.
La tercera. Es esperanzador que en esos encuentros haya enochianos muy jóvenes que entienden que la eficacia y la experiencia son grandes compañeros.