Proyecto Manhattan

La bomba es una puerta abierta
que nadie puede cerrar. Robert
la dejó así, de par en par, al irse
y se metió el desierto hasta la sala.
El átomo se romperá
como se rompen las varas secas
debajo de las pezuñas de los caballos.

Mi abuela me enseñó cómo
olvidar a Dios: se acostó
bajo tierra
y no se levantó nunca.
De marzo a negro,
del dicho al hecho.
El olvido empieza y no termina.
En este lugar todo es idéntico a sí mismo
o casi.

Es absurdo:
crío a mis hijos aquí
mientras mi esposo crea
una forma brillante de la orfandad.

En ocasiones estoy escribiendo desde el futuro
y tuve la desgracia de sobrevivir. Robert:
he olvidado las palabras que usábamos cuando nos conocimos.
Tal vez esto también sea un signo del final de los tiempos.

Me lo dijo el ángel:
hay que aprender a temerle
a todo lo brillante.

La ética: pretexto de indecisos, gente
que acampa en umbrales y caminos divergentes.
Qué cansado. Las ecuaciones son correctas
o incorrectas. La vida,
nunca. A veces estar vivo es suficiente
y sobra.

(El desierto es una habitación pintada de amarillo. Tres paredes y un hombre que al hablar hace sombra.)

Todo esto sucederá muy pronto:
me lo ha dicho
ese viento ardiente
que incendió las flores de los árboles.

Una franja de luz avanza por el cuarto hasta tocarme.
Afuera de mi casa y de mi cuerpo,
el ruido del sol quema los hierbajos

Una franja de luz avanza por el cuarto hasta tocarme.

Lo siento. He tomado tanta ginebra
que ya hasta empezó a manifestárseme
el final de los tiempos.