campo, menos libros se ven y los que encuentra son peores. Con su peculiar elocuencia, clama que haría falta un ejército de libreros como él dispuestos a visitar en persona los hogares de los labradores, contar cuentos a sus hijos, hablar con los profesores de las pequeñas escuelas y presionar a los editores de revistas agrícolas hasta conseguir que los libros circulen por las venas del país; en resumen, llevar el Santo Grial a las remotas granjas de Maine.