La reputación del artesano fiable era importante tanto económica como políticamente, pues era él quien certificaba la autenticidad de la riqueza de un noble o del gobierno de una ciudad. Para reforzar el sentido ético del artesano, en el siglo XIII el aquilatamiento del oro se convirtió en ritual religioso, santificado por oraciones especiales, durante el cual el contenido en oro era objeto de juramento en el nombre de Dios por parte de un maestro artesano