En otra página veo una pintura en la que aparece una muchacha desnuda, tendida boca abajo sobre la arena, como si se hubiese caído, con piel amarillenta, como la misma arena, y el pelo corto, rizado y negro. Cierro el libro, lo dejo a un lado, apago la lámpara y me amodorro. Y dormida sigo hasta que, poco antes del alba, me despierta una explosión sorda, seguida de otra, instantes después, y luego otra más.