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Sergio Guerra Vilaboy

Breve historia de América Latina

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    La actitud favorable a la independencia manifestada ahora por los grandes terratenientes y propietarios peruanos, como el Marqués de Torre Tagle, hasta ese momento fiel aliado de España, significó la primera fisura sensible del bloque realista en Perú.
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    Perdido el apoyo argentino, y cuando Chile todavía estaba enfrascado en la devastadora lucha liberadora al sur de su territorio, zarpó de Valparaíso, el 20 de agosto de 1820, el “Ejército Libertador del Perú” en dos decenas de embarcaciones, enarbolando la bandera chilena. La expedición estaba al mando del propio San Martín e integrada por casi 5 000 hombres, en su mayoría argentinos y chilenos, que trece días más tarde desembarcaba en la península de Paracas. El virreinato del Perú, dominado por una rancia aristocracia criolla y una poderosa burocracia peninsular, íntimamente ligadas al régimen colonial, dependía para su liberación de la actuación de fuerzas externas, tras la sangrienta derrota de la sublevación indígena-mestiza de los Andes.
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    En buena parte del imperio colonial español, la emancipación solo fue posible mediante una cruenta lucha armada, que culminó exitosamente la dilatada y costosa guerra contra la metrópoli con el establecimiento de un rosario de estados libres. En estas regiones, al ejército correspondió un papel decisivo en la independencia. Partiendo de sólidas bases logísticas en Venezuela (Los Llanos) y el Río de la Plata (Cuyo), los ejércitos de Bolívar y San Martín, imbuidos de una estrategia de lucha continental –aunque bastante distantes en sus perspectivas político-sociales–, liberaron no solo sus respectivas patrias, sino también Nueva Granada, Quito, Chile, Perú y el Alto Perú, para imponer en Ayacucho la capitulación definitiva de España, que culminó quince años de intensa guerra.
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    En cambio, en otras partes de Hispanoamérica, el temor a que se desencadenara una sublevación popular incontrolada, en particular protagonizada por esclavos negros o la peonada indígena, castró las potencialidades de liberación y provocó una incondicional fidelidad a la corona por parte de la élite criolla, como pudo verse claramente en la Capitanía General de Guatemala y en el Virreinato de Nueva España desde que estalló la insurrección de Hidalgo. En cierta forma esto fue también lo que sucedió en escenarios tan diferentes y distantes como los de Perú y Cuba, lugares donde todavía estaban muy frescas las conmociones provocadas por las rebeliones de Túpac Amaru y de la Revolución haitiana, respectivamente.
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    La base social del movimiento insurreccional estaba formada por gauchos, peones y agregados mestizos de las haciendas ganaderas e incluso sacerdotes del bajo clero, así como algunos esclavos negros e indios charrúas y chanaes. La incorporación popular a la lucha emancipadora se vio favorecida aquí por la poca estratificación social y la ausencia de jerarquías y mayorazgos. Gracias al respaldo de masas y a su propia experiencia como capitán del cuerpo de blandengues, Artigas, con 47 años, pronto se convirtió en el principal insurrecto oriental y obligó a los realistas, tras su victoria de Las Piedras (18 de mayo), a abandonar las zonas rurales y refugiarse tras las murallas de Montevideo.
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    La pobre participación popular en esta etapa de la guerra emancipadora, el exagerado papel atribuido a las ciudades en la estrategia militar, el extremo localismo de los gobiernos criollos y sus agudas contradicciones intestinas (centralistas y federalistas, republicanos y monárquicos, radicales y moderados), junto al caudillismo, fueron los elementos principales que llevaron al fracaso, entre 1814 y 1815, de los principales focos de la insurrección, tal como sucedió en Venezuela y Nueva Granada. También el marcado antagonismo entre las clases populares y la aristocracia criolla permitió a la contrarrevolución realista encontrar asideros para la restauración del antiguo orden colonial. A ese desenlace contribuyó la llegada de tropas frescas a América, en particular después del restablecimiento de Fernando VII en el trono español y la anulación de la constitución (marzo-mayo de 1814), cuando arribaron 13 expediciones con más de 26 000 hombres.
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    A diferencia de México, estremecido por la revolución popular de Hidalgo y Morelos entre 1810 y 1815, en los restantes territorios hispanoamericanos sublevados contra España la lucha se vio lastrada durante esos mismos años por los intereses clasistas de la élite criolla que, aunque comprometida con la insurrección, pretendía romper la tutela metropolitana sin afectar la tradicional estructura socioeconómica. La hegemonía de las capas privilegiadas hispanoamericanas en el proceso emancipador significó el predominio de fuerzas de clase –principalmente terratenientes y grandes propietarios– que, a la cabeza de la sublevación, ocupaban con muchas limitaciones el lugar de una burguesía casi inexistente.
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    La rebelión anticolonialista que estremeció al Virreinato de Nueva España, el territorio más poblado de Hispanoamérica, fue uno de los movimientos genuinamente populares de la independencia. Iniciado a partir de una conspiración criolla en el norte minero de México, tenía al frente a un cura ilustrado de 57 años, Miguel Hidalgo, así como a varios miembros de la aristocracia provinciana, entre ellos los oficiales de las milicias reales Ignacio Allende y Juan Aldama. La revolución comenzó en septiembre de 1810, cuando Hidalgo sublevó al pueblo de Dolores y las poblaciones vecinas con una emocionada arenga contra las autoridades coloniales y en defensa de la religión católica y Fernando VII, ante el peligro de que la ocupación francesa de la metrópoli se extendiera a Nueva España.
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    A partir de la constitución de estas juntas se inició de hecho la guerra de independencia hispanoamericana, desarrollada grosso modo en dos etapas: 1808-1815 y 1816-1825. La primera de ellas se inició con los enfrentamientos militares desencadenados por la formación de las juntas de gobierno en las principales capitales de la América del Sur y se caracterizó, en sentido general, por descoordinados choques armados con los realistas, en donde cada foco de la rebelión actuaba acorde con su propia estrategia de lucha. Los principales escenarios de estos acontecimientos fueron los territorios de Venezuela, Nueva Granada, Quito, Río de la Plata y Chile, así como México, aunque aquí con rasgos bien singulares.
  • Victor Avilés Velazquezfez uma citaçãohá 3 dias
    El movimiento juntista fue el verdadero comienzo de la gesta libertadora en Hispanoamérica, desencadenada a partir de la invasión napoleónica a Portugal (1807) y España (1808), que desalojó del trono respectivo a ambas monarquías. A principios de 1808 el pueblo español se sublevó y formó gobiernos locales para dirigir la lucha contra los ocupantes franceses. Como parte de ese proceso se hizo del poder en ese mismo año, en nombre de Fernando VII, una Junta Central que desde 1810 fue sustituida por un Consejo de Regencia con sede en Cádiz, único territorio español no ocupado por tropas napoleónicas.
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