le había contado lo mucho que me gustaba ver películas en plena tarde, ese placer de estudiante que había recobrado desde que dejé la empresa, y la sensación de transgresión que experimentaba sentándome durante dos horas en la oscuridad, lejos de mi mesa de trabajo. Me gustaba ir al cine con otras personas y hablar de la película nada más terminar ésta, en ese momento un poco nebuloso, a veces emocionado, que sigue a la proyección, pero también me gustaba ir sola, para que nada alterase las primeras impresiones, que nada perturbase esa posibilidad de ofrecer el cuerpo en resonancia, cuando se acaban de encender las luces y desfilan los créditos, estar sola para que ese momento se estire, se prolongue, permanecer sentada en la atmósfera de la película, absorber totalmente su espíritu