Si hubiera conocido otras maneras de pensar... Si hubiera tenido otras referencias... Si hubiera intuido tan solo que “ver” no tiene que equivaler forzosamente a convertirse en una víctima de cualquiera, sufriendo pasivamente por el bien de la humanidad, tal vez no hubiera huido. Tal vez le hubiera dado un poco de miedo, pero no tanto como para acabar estrellada contra el primer muro que encontró. Utilizó la extenuación del cuerpo para abotargar sus sentidos. Se saturó de fiesta, de ruido, de estímulos, de bebida, de sexo, de distracciones, en definitiva, todo para no parar, para no estar en silencio, por si acaso se escuchaba a sí misma, o por si acaso escuchaba, de repente, a esos seres a los que rezaba. No fuera a ser que le dijeran que necesitaba sufrir más aún, cuando en realidad ya estaba saturada de sufrimiento, seguramente desde niña.
Y sí, ella rezaba. Creía. Pero estaba dividida: una parte de sí misma sentía la necesidad de ser ayudada por “algo más”, ya que no veía otra manera de salir adelante. Otra parte rehuía ese mundo espiritual, porque lo relacionaba con la severidad y el sufrimiento. Y ella lo que quería era gozar un poco de la vida. Nada más que eso. Disfrutar. ¿Acaso era pecado? En sus creencias espirituales no encajaba del todo la idea de que Dios fuera consuelo o amor incondicional. De haber sido así, tal vez hoy La Dorada estaría viva. La idea que tienes de Dios, y ya no digo la que crees que tienes, sino la que verdaderamente tienes, te puede matar.