Placeres violentos

—¿¡Por qué coño tienes que ser tan testaruda!?

—¡Porque te quiero, Hell! —me doy la vuelta deprisa

—Pues claro que le gustó —le miro fingiendo que me ha ofendido—. Me llamo Hell, pero beso cómo los ángeles, chaval —río.

Dejo que se acerque, paso el brazo por detrás de su cuello y ella coloca la cabeza en el hueco de mi hombro, provocando que su respiración me haga cosquillas en la piel. Acaricio su pelo con la mano libre, y sin darme cuenta, me encuentro dándole un beso en la frente.

La sensación de sentirme a salvo con él

Me quedo embobado mirando cómo toca, con delicadeza y elegancia. Se me hace extraño ver a una chica vestida con mi cazadora, unos pantalones dos tallas más grandes, despeinada y con sangre seca en el labio, tocando de esta forma tan ¿mágica? Madre mía, me estoy volviendo un puto blando

—Te equivocas. Tú eres mi problema desde que me he cargado a dos tíos por ti

—¿Por qué has tenido que decirme tu nombre? —vuelve a abrirlos y me mira desde lo alto de las escaleras.