—Entonces, ¿qué hacemos con los pocos días que nos quedan?
—Sólo quiero pasar cada minuto del resto de mis días contigo —responde Peeta.
—Pues vamos —acepto, metiéndolo en mi habitación.
Volver a dormir con Peeta es todo un lujo, no me había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos la proximidad humana, notarlo a mi lado en la oscuridad. Ojalá no hubiese malgastado las dos noches anteriores dejándolo fuera. Me quedo dormida, envuelta en su calor, y, cuando abro de nuevo los ojos, la luz del sol entra por las ventanas.