Salomé

No tengo fuerzas y, en honor a la verdad, tampoco deseos de negarte ni una sola cosa en todo el universo, siempre que se encuentre entre mis manos ofrecértela.

os vi caer, y solo tuve tiempo para pedir merced por sus almas al Dios que viene después de mí.

Dios, ¿cómo has permitido que tanta hermosura se junte en un solo cuerpo, hasta el punto de que parece aberrante?

Comendador —le digo antes de salir—, la guerra estallará.

Ero me mira con ojos vacíos:

—¿Y qué? —me pregunta.

A veces, Salomé… A veces me preguntó qué eres.

¿Un animal? No lo creo: tienes ojos de saber cosas que en mi ignorancia me parecen gigantes

Me llamaba por mi nombre una y otra vez. Como si solo esa palabra hubiera sobrevivido al apocalipsis

Porque la cercanía del fin siempre provoca dolor

El motivo más antiguo de todos.

La venganza

Demasiados años”, diría mi Primera Esposa con un dejo de desprecio que los años no disfrazarían bajo la máscara de la costumbre

o?
Ah, Salomé: tus deseos van a resultarme caros.
Ya no sólo será la guerra, sino el caos y la destrucción de todo lo que conocía como mío.
Pero me eres demasiado imprescindible, cachorra.
Al