Muchacho de oro, muchacha esmeralda

a pesar de haber acumulado más sabiduría de la que le correspondía a su edad, era demasiado joven para comprender que el odio, tanto como el amor, no procedía de la razón sino del impulso ciego de una fuerza que queda más allá de toda comprensión.

La estación de lluvias comenzó al día siguiente, y siguió lloviendo de forma intermitente el resto del viaje. La carretera de montaña estaba embarrada, y los petates de nuestros fardos, pese a los contundentes impermeables que llevábamos, inevitablemente cada día se humedecían más; sólo servían para «cultivar hongos», como Nan observó agriamente una noche.

No habría problemas en el mundo de no ser por los tontos que cometen errores tontos