Escribir ha sido para mí una empresa de reparación. Reparación íntima, vinculada a la injusticia de la que fue víctima mi padre. Yo quería reparar todas las infamias: las relacionadas con mi familia, pero también con mi pueblo y con mi sexo. Reparación asimismo del sentimiento de no pertenecer a nada, no hablar en nombre de nadie, vivir en un no-lugar. He sido capaz de pensar que la escritura me procuraría una identidad estable, me permitiría, en todo caso, inventarme, definirme lejos de la mirada de los otros. Pero he comprendido que esa fantasía era una ilusión. Ser escritora, para mí, es por el contrario condenarse a vivir en los márgenes. Cuanto más escribo, más excomulgada, más extranjera me siento. Me encierro, días y noches, para intentar decir la vergüenza, el malestar, la soledad que me invaden. Vivo en una isla, no para huir de los otros sino para contemplarlos y satisfacer la pasión que siento por ellos. No sé si escribir me ha salvado la vida. En general, desconfío de ese tipo de formulaciones. Habría sobrevivido sin ser escritora. Pero no estoy segura de que hubiera sido feliz.
Escribir es estar sola, pero…
Reescribir…