Ahora me rindo y eso es todo

Dijo: «Antes me movía como el viento, ahora me rindo y eso es todo.»

vestida de punta en negro.

Éramos solo la gente y un día otro nos convirtió en algo: un mexicano, un coreano, un zulú. Alguien a quien hay que categorizar rapidito para, de preferencia, exterminarlo, y si no se puede, imponerle una lengua, enseñarle gramática y ponerle zapatos para luego vendérselos cuando se acostumbre a no andar descalzo.

en el hueco del cuerpo en el que paga renta el terror.

un mundo que parecía que acababa de salir y nadie lo había gastado todavía.

Elvira, que no había dejado de escudriñar sus ojos, inclinó la cabeza, como concediendo. Puede ser, dijo, y preguntó: ¿Quién mató al comendador? El argentino respondió automáticamente: Fuenteovejuna, señor.

como apaches si es necesario, es la ira con que, llegado el caso, mataríamos por ellos sin un temblor en el pulso

Nuestros hijos, obviamente, no nos conocen nada. O dejan de conocernos ya que crecen un poco y se decepcionaron. No saben que la ira que creen que es nuestra parte distintiva y sirve solo para educarlos, podarlos, darles el privilegio de ser supervivientes y resistir

libro de la historia se entra bautizado de sangre y con un nombre asignado por los que nos odian o, cuando menos, los que quieren lo que tenemos, aunque sea poco.

Éramos solo la gente y un día otro nos convirtió en algo: un mexicano, un coreano, un zulú. Alguien a quien hay que categorizar rapidito para, de preferencia, exterminarlo, y si no se puede, imponerle una lengua, enseñarle gramática y ponerle zapatos para luego vendérselos cuando se acostumbre a no andar descalzo.