Ya no pisa la tierra tu rey

Odiaba esas sábanas: en ellas estaba la noche de los otros. La noche que ella borraba cada día frotando con la pastilla de jabón

porque ese lunar que tiene usted en el hombro necesita de mi mirada para ser lunar

El resentimiento es una sopa espesa que se posa en los labios, pasa por la boca y el esófago, se ancla en el estómago

No recuerdo nada de las nubes.

O

Porque ésa era la verdadera clave de su éxito: el abuelo del marqués podía llorar cuando le venía en gana. Sin duda un precioso legado (mucho más valioso que la fortuna, oh, sí) que transmitió a su hijo y a su nieto de una manera natural, como quien transmite una nariz afilada o unas manos agigantadas.

Durante un rato, nos odiamos de una manera tan dulce y prolija que es exactamente como si nos estuviésemos amando.

Dice también que, en todo caso, tenemos suerte de no conocer la soledad, que es la única lacra que acompaña al hombre durante toda su vida y que provoca el ahogo

Al tercer día no había nada. Alguien, desde alguna parte muy íntima, había limado, absorbido, chupado lentamente el humus creador del pensamiento. En la noche del tercer día, ahí estaba el hueso de la conciencia: seco, desnudo, limpio. Y la culpa: dúctil, viscosa, abundante como la carne de un fruto.

Porque el remordimiento es un murciélago que bate las alas, una arañita, un ratón que roe los bordes y llega hasta la médula.