No habían pasado dos años desde la llegada de Rembrandt a Ámsterdam y, como hemos visto, ya había encontrado patronos en todos los estamentos sociales. Teólogos, doctores, magistrados, poetas y comerciantes, burgueses llanos y jóvenes patricios, venerables matronas y jóvenes damas a la moda, personas del más diverso temperamento, edad y condición habían acudido en tropel a su estudio, y todos ellos habían sido retratados con la misma sinceridad.