La canción de Aquiles

Me bastaba un simple roce o el olor para identificarle; y si me quedara ciego, podría reconocerle por el modo en que respiraba o en que pisaba el suelo. Le reconocería en el fin del mundo, incluso en la muerte.

cliné hacia delante y nuestros labios se rozaron con torpor.

Esa misma mañana, Aquiles se había subido de un salto a mi cama y me había frotado la nariz con la suya. «Buenos días», me había dicho. Aún recordaba su calor sobre mi piel.

incliné hacia delante y nuestros

Me incliné hacia delante y nuestros labios se rozaron con torpor.

incliné hacia delante y nuestros labios se rozaron con torpor.

liné hacia delante y nuestros labios se rozaron con torpor.

Esta noche dormirás en mi habitación

La estupidez del ser humano me hace gracia.

pulgar para sacarle brillo. Mi padre había acabado dándomelo a regañadientes. Se tranquilizaba a sí mismo diciendo que solo debía