Levanto y giro la cabeza para mirarlo. Tiene los ojos enfocados en la destrucción que ha causado y se ve tan fascinado que no se ha dado cuenta de que todavía me sostiene por el pecho y que su mano aún cubre la mía. Su toque no me molesta, aunque sí me resulta extraño, como si fuera algo que no debería estar pasando, pero que tampoco es urgente detener. Los latidos de su corazón son fuertes como el sonido de un tambor de guerra.