Allá atrás iba quedando el fantasma de Varsovia. Sus edificios esqueleto. Sus calles muerte. Su historia ceniza. A un lado y a otro flotaban los muertos de Powązki. Ciento cincuentaicinco años de muerte y llanto y resignación. De eterno silencio. En el centro de las aguas. Cuatro hombres bebían. Celebraban. Y a menos que alguien demostrara lo contrario, esa noche, navegando hacia los siete mares, Feliks, Ludwik, Kazimierz y san Eugenio de Varsovia eran inmortales. Y lo serían para siempre
Vilma Rodriguezfez uma citaçãoano passado
De aquellos que bajaron a punta de pistola de los tranvías, quedaban cuatro. Entre millones y millones de cadáveres, quedaban ellos cuatro. Habían sobrevivido a una ejecución, a bombardeos. Guerra, epidemias y prisión. A la viruela. Al correr de los tranvías. A las espinas de pescado. A las balas perdidas. Al paso de los años. A la mano de dios y los caprichos del diablo. A los maridos celosos. A las amantes burladas. A las aguas del Vístula. Al alcohol adulterado. A las corrientes eléctricas. A la pulmonía. A las tentaciones del suicidio. A que los confundieran con judíos. Al tétanos y la meningitis. A la próstata y los asesinos. Habían sobrevivido a la ciudad capital de la muerte
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mi edad, si no muero por un enfriamiento, será por la caída desde esta altura. De inmediato se avergonzó de hablar. Sabía que el síntoma más claro de la vejez era mencionarla
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Nadie debe perderse la primera nieve del año. Ya vendrá el tiempo para fastidiarse del frío, del hielo, del lodo, los suelos mojados, los zapatos húmedos. Ahora, como cada año, hay que celebrar la primera nieve. Es la más blanca y tenue
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Hay cosas, señor, que nos están negadas. ¿Por qué los días felices se acaban? ¿Por qué se oxidan los juguetes
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Que nadie diga que no lo intentamos. A mí todavía me tiemblan las piernas, dijo Eugeniusz. El novelista pensó en tantos otros destinos que pudo tener su novela. Aquella tienda de rapiña estaba
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Siempre era más, mucho más, lo que dejaba de ocurrir que aquello que sí ocurría
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Cántale a Varsovia, amigo mío, la ciudad que el diablo se llevó. Al valor de sus hombres, que de nada nos sirvió. Pon aquí y allá unas líneas igual que versos a esos seres perversos de fusil en mano y el alma en ceros. Canta a aquella ciudad que se llamaba Varsovia para que nadie la olvide y canta también a esta otra con otra gente, sin sabor, sin valor y sin historia que vino a robarse el bello nombre de Varsovia
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Canta, oh novelista, la novela de una ciudad que se esfumó; canta a las mujeres que no volvieron, a los hombres que murieron. Escribe unas líneas y haz sonar en tus palabras el llanto y el viento, la risa y el tiempo y el amor.
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Feliks se había cuidado de no poner horarios de apertura en la puerta de su tienda. Así podía llegar y marcharse cuando quisiera. También se cuidó de no colgar ningún cartel porque ¿cómo le llamaría a su local? ¿Pillajería? ¿Comercializadora de saqueos? ¿Mercadería de los vencidos