Teresa Orbegoso

voz es débil, pero existe como la máquina de coser que está rota. No es invisible y sabe vivir en el odio.

Pertenezco a una serie de familias forjadas en la tristeza.

Era el miedo. Siempre fue el miedo a uno mismo. A lo incapaces que éramos para salir de esa habitación que no habíamos construido. Porque no sabíamos quiénes éramos realmente.

Ningún personaje reía. Eran más bien pobres y polvorientos, difusos, mínimos, inestables, carecían de suelo y estaban solos. Decían que no, en blanco y negro. De manera natural hablaban de la muerte. Pero todavía eran inocentes

“Es Lima, lo que no nos deja salir”

Tranquila, recordé el rostro de mi padre, la trenza cenicienta de mi abuela, mis cerros de Comas,

Sendero Luminoso. Tendría muchas cosas para decir sobre ellos. Recuerdo ese día que amaneció en Comas, era otro día para no comer. Frente a mi ventana, en el cerro pelado, vi una casa destruida por la bomba que habíamos escuchado la noche anterior. La falta de luz en todo el distrito hizo que no nos diésemos cuenta.

mi padre murió en un extraño accidente. Él era conocido como el rey de la chatarra del Cono Norte. Fue justamente el peso de su chatarra lo que hizo que su propio auto se le viniera encima y arrastrara su cuerpo aplastado desde la cumbre hasta la falda de un cerro en Comas. Nadie lo encontró hasta después de seis horas. Como no tenía el carnet del seguro, ningún hospital quiso hacerse cargo.

Pedir es sollozar. Lo dicho ya está perdido.

¿aquello que aconteció, se narra y cuanta impresión produjo ese acontecer y así se construye y narra el relato de uno mismo?