Los alcohólicos anónimos aprenden a hablar de sí mismos de una manera específica, en la que cifran su vida, todas sus acciones y pensamientos, alrededor de su enfermedad. Es decir que no ordenan su vida en torno al tiempo, sino que la ordenan en torno a un punto de referencia que observan de manera reiterada, y eso precisamente es lo que hacen los autobiógrafos que más admiro: ordenan sus vidas —e insisto con la palabra ordenar— alrededor de la muerte de un ser querido, la lengua que hablan, una adicción, una anomalía del cuerpo, el lugar donde crecieron, la profesión que ejercen, por dar unos ejemplos.