Estamos viviendo un proceso de gentrificación en las ciudades y también en las emociones, una homogeneización progresiva que produce un efecto de blanqueamiento e insensibilización. En el esplendor del capitalismo tardío, se nos inocula la idea de que todos los sentimientos complicados —la depresión, la ansiedad, la soledad, la ira— son simple consecuencia de una alteración química, un problema que hay que solucionar, en lugar de la respuesta a una injusticia estructural o, por otro lado, a la textura original de la encarnación corpórea, al hecho de cumplir condena, por utilizar esa memorable expresión de David Wojnarowicz, en un cuerpo alquilado, con todo el sufrimiento y la frustración que eso conlleva.