Esta valiosa aportación, tan vinculada al proceso de enseñanza, consiste en el depósito de los sentimientos positivos y negativos que suelen coexistir en una persona. Los sentimientos de admiración y cariño, dirigidos anteriormente a los padres, son ahora depositados en el maestro, pero también lo son aquellos afectos de ambivalencia y hostilidad, inevitables por los rigores impuestos a los deseos y pulsiones infantiles. Así que no hay manera de que el maestro eluda las emociones ambiguas que el niño deposita en él. Frecuentemente se ven en la educación, sin querer reconocerlos, los efectos de la transferencia: cuando un alumno sufre por el deseo de arrebatarle el saber al maestro o, por el contrario, cuando toma una actitud dócil, como de buen alumno, encubriendo una mala transferencia, o bien, el odio y la oposición frente al maestro como un acto voluntario y conciente. Estas situaciones, tan conocidas y padecidas por los maestros, tienen su origen en el fenómeno de la transferencia.