Hablar con mi madre como si no fuera mi madre, sino una persona normal y corriente, una mujer cualquiera en la estación de tren. No es posible. No porque no sea una persona completamente normal y corriente, con todas sus peculiaridades, sino porque una madre nunca puede ser una persona normal y corriente para sus hijos, y yo soy su hija. Aunque ella tenga ya otros intereses, haya desarrollado otras capacidades, y cambiado su carácter, para mí siempre será la madre de entonces. Quizá ella odie que sea así, ser madre es una cruz. Mi madre está harta de ser madre, de ser mi madre, en cierto modo ya no lo es, pero mientras su hija viva, no puede estar segura. Tal vez mi madre haya tenido siempre la sensación de que ser mi madre ha sido incompatible con ser ella misma. Quizá desde que nací hubiera deseado no ser mi madre. Pero por mucho que lo intentara, no se libró. O quizá lo haya logrado, tal vez durante mi larga ausencia se haya olvidado de que es mi madre, y entonces voy yo y se lo recuerdo, llamándola. Seguro que no se lo esperaba.