Douglas Stuart

Mungo solo piensa en regresar al lado de su amigo James, el único lugar donde ha descubierto que puede ser él mismo.

A Mungo le resultaba curioso que lo reprendiesen por el hecho de ser honesto y presuponer que los demás también lo fueran.

Pensó en todas las mujeres y hombres que habían cruzado el umbral de su puerta y habían arrastrado a su madre a los infiernos.

Había algo en el señor Campbell que ponía a Mungo nervioso, probablemente porque se había criado sin ninguna figura paterna.

Una vez más, Mungo no había sabido ver la diferencia entre lo que alguien decía y lo que realmente estaba dando a entender.

Conocía de buena tinta la devastadora tristeza que albergaba justo debajo de la alegre espuma.

James era generoso con él, se alegraba de tener a alguien con quien hablar aparte de las palomas.

Se preguntó si llegaría el día en que un plan así le resultase atractivo.

Tantas vidas a tan solo tres kilómetros de su casa, y todas parecían tener un futuro más brillante que el suyo.

Aprende un oficio, eso es lo que me dijeron en el colegio. Cuando les conté que quería ir a la universidad y estudiar Ingeniería, me dijeron: «Me temo que eso no es para chicos como tú»