Algo húmedo cayó en mi mano. No tenía que verlo para saber que era una lágrima, una puta lágrima.
Estaba llorando. La agarré por los hombros y la giré antes de colocar mi dedo debajo de su barbilla e inclinar su rostro hacia arriba. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Sabía que algunas mujeres podían llorar cuando quisieran, pero la mirada en los ojos de Aria me dijo todo lo que necesitaba saber. Estaba aterrorizada y desesperada. Era bueno juzgando el carácter humano; tenía que serlo para mantener a mis hombres bajo control. Aria no lucharía conmigo si la empujaba hacia la cama, le arrancaba la ropa y la tomaba. Ella se recostaría y dejaría que suceda. Lloraría, pero no me rechazaría, ya no. Era mía para poseer. Se esperaba de mí que la poseyera, que la hiciera mía. Las lágrimas nunca habían debilitado mi resolución. Pero antes de este momento, esas lágrimas nunca habían pertenecido a mi esposa, a la mujer con la que se suponía que debía pasar el resto de mi vida.
Maldita sea, no podía creer que la visión de mi esposa aterrorizada me afectase. Me aparté, maldiciendo y tan cabreado que apenas podía ver con claridad. Golpeé la pared, contento por el dolor cegador que me desgarró los nudillos y me castigó. Iba a ser Capo en unos años. Había matado, chantajeado, torturado, pero no podía tomar la virginidad de mi esposa contra su voluntad. ¿En qué me convertía eso? Padre me llamaría un marica. Tal vez él decidiría que no era digno de ser su heredero si ni siquiera podía follar con mi esposa.
Pero sabía que no me estaba ablandando, no en general. Podría salir ahora mismo y matar a todos los miembros de la puta Organización de Chicago sin ningún tipo de remordimiento. Demonios, podría bajar ahora mismo y cortarle la garganta a mi padre, y mierda, lo disfrutaría jodidamente.
Por supuesto, todavía teníamos que asegurarnos que todos creyeran que me había follado a Aria. Solo había una forma de hacerlo. Me volví hacia mi mujer temblorosa y saqué mi cuchillo. No solo me estaba negando el placer de estar dentro de su apretado coño esta noche, sino que también iba a sangrar por ella.
El pensamiento no me sentó bien, y no porque me importara un mísero corte. Había sufrido heridas mucho peores, pero no pude evitar sentir que mi acción le daría a Aria demasiado poder sobre mí.
Pero sabía que ya había tomado una decisión.