Parker S. Huntington

A los niños cada vez les cuesta más madurar. Quizás Junior no está listo. Ni para el matrimonio ni para el trabajo.

Ese.

Ese era el motivo por el que prefería los números y las hojas de cálculo en vez de los humanos.

Las personas se enamoran todos los días. Buenas personas. Malas personas. Todos los colores en el medio. Aman rápido, fuerte y profundamente. Y a veces, tienen la suerte de ser amados.

Y tal vez…

Tal vez yo también era digna de amor

En cualquier momento, Charlotte Richards me miró como si estuviera a diez segundos de ofrecerse a quemarse para mantenerme caliente.

Y como un bastardo, encendí el fósforo.

No estoy diciendo que no a la amistad. —Negó con la cabeza—. Solo digo que… Bueno, la nuestra sería adaptada. Una amistad intermitente.

—Cada día de San Valentín. —Sonreí—. En mi cumpleaños, nos encontraremos.

—En esta azotea.

“Siento que tu alma y la mía están hechas de la misma materia. La babosa negra.

Me das esperanzas, pero eso es lo último que debería tener.

Hazme saber lo que piensas”.

—Puedo ver por qué te odiaba tanto. Eres repugnante. No importa con cuántas mujeres te acuestes cada noche. Espero que lo último que pienses cuando cierres los ojos sea el hecho de que tu hermano te odiaba lo suficiente como para elegir la muerte antes que vivir bajo tu techo. Feliz día de San Valentín, imbécil.

Es lo suficientemente joven como para ser mi hija.

—Tengo veintidós años.

Bueno. Apenas.

No debería sentir celos.

No debería.

Pero lo hacía.

Una de mis pacientes había dado a luz a un niño muerto de seis meses.