Ya establecida, en las páginas anteriores, la existencia de un régimen cristiano de historicidad, es decir, un tiempo que tiene un comienzo absoluto y un final marcado; un tiempo que, atrapado entre los dos límites de la Encarnación y de la Parusía, no debía durar mucho; un periodo de tiempo, por así decirlo, sin consistencia propia, ya que es sólo presente: el de la Nueva Alianza