Enrique Lihn

Es difícil vivir, es muy difícil
no ser de un modo u otro, ser el mismo que ayer dijo “Mañana
recordaré esta plaza donde espero y no espero
que tu nombre se llene de ti, que tú reúnas
esos fragmentos míos que te he enviado
en horas prohibidas”

Fue una tarde de agosto, hace diez años,
pero el tiempo es el mismo donde quiera
transcurra y no transcurra:
una infinita hilera de presentes contiguos,
iguales entre sí y entre sí desiguales
como soldados de un ejército inmóvil.

una mujer y un hombre, algo entrados en años, que se amaron un día con locura?
Yo no sé. Todo pasa, se nos dice. Pero yo no recuerdo, sólo vivo
menos intensamente las escenas en que yo era el amante desdichado o el joven nadador que salvaba a un anciano
que nadie había visto en el balneario ni en las playas vecinas
vagamente parecido a mí mismo.

Yo solamente vivo
lo que una vez viví y es mi memoria
un libro que no puedo releer pero sí redactar
sentado en mi sillón por vigésima vez

Más blanca que el blanco estúpido del ojo,
que la blanca crueldad de la nieve en la noche,
que la blancura ansiosa de la novia que entra
al blanco irónico y lascivo del lecho,
que la muerte de un niño
ligera, repentina, fugitiva,
como la aparición de un conejillo blanco;
más blanca que el amor a los cinco años,
que la angustia a los cien, que el hueso a los doscientos,
en fin que la blancura: astro lleno de flores,
eres tú, fuego abstracto de dos llamas posado
sobre el rostro del agua que parece pensarte
en su extasiada y fría contemplación del cielo.

En el principio eran las rocas,
sólo estas frías puertas del infierno, cerradas al mar que moduló la vida en mil pequeñas formas ansiosas de penetrar al fuego que redime, a la paz de la piedra;
nada más que las rocas y el mar solicitándolas
con el dulce furor que adora y mata.
No el verbo ordenador, el hosco silencio
de los cielos sin fondo, sobre el inaudible debate
del agua y de la piedra en un mundo desierto

Quiere escuchar el mismo disco; música de hilos rojos tú quieres remontarme
a un mundo donde todo huele y duele a misterio, y no hay otra ley que la que todo lo barre
a cada golpe del corazón en la boca, se respira por él directamente
y la sangre es un juego de palabras cruzadas para siempre, una murmuración inextricable

Puedo empezar por cualquier parte y siempre lo haré por el
principio esta vez.
Igual que si cabeceara encaramado en ese viejo, imaginario vehículo
en el cual simulábamos viajar hace más de diez años para un pequeño
círculo de espectadores
dialogando en una lengua imaginaria. Había que cegarse en la
diferencia de los hermosos idiomas.
Días sin otro sol que el sol de otro mundo, prendido al cielo
como un infierno de expresión irónica.

los ojos no
alcanzan a seguir esa velocidad como de luz que suena.

los pequeños astronautas
que sonreirán leyendo a Ray Bradbury: “era ingenioso el hombrecillo”
“… entonces ¿no se llamaba Julio Verne?”. Y las madres resplandecientes
como árboles de navidad
públicas, gigantescas, antisépticas:
“¿Los niños? Están jugando en el planeta vecino”.