Nadie replicaba nunca. Ni una vez. No había objeciones ni preguntas. Y así, Lee Grant se paseaba despreocupado por aquel reino sometido en el que era, de diversas maneras, el rey bondadoso y el bandido espadachín, el sabio que todo lo ve y el grosero bufón, el pastorcillo de buen corazón y el niño de ojos azules, etcétera etcétera. En casos excepcionales, todo