Federico Moccia

La belleza es éxtasis; es simple como el deseo de comer. En esencia, no se puede decir nada más, es como el perfume de una rosa: sólo lo puedes oler.

Creo que se ha equivocado de número.» A continuación yo le escribí: «¿Y si ha sido la fortuna la que ha hecho que me equivoque? ¿Y si es cosa del destino?» Me pareció oírla reír.

—Eres culpable, Sofia, no porque hayas renunciado a la música, sino porque has renunciado a la vida.

Hay el mismo número de personas buenas que de malas. Pero los buenos a veces se olvidan de las cosas en las que creían.

—¿Y qué necesitas, Sofia?

Entonces la mujer miró a su profesora a los ojos.

—Un milagro.

Después de aquello Olja no supo qué responder. Miró cómo se alejaba aquel talento, aquella joven, aquella soberbia promesa que habría podido llegar lejos y que, en cambio, había decidido encerrarse en casa.

Se preguntó si renunciar al piano habría sido suficiente, si de verdad la habría oído tocar alguna vez, si sabía a qué pasión, a qué increíble amor había renunciado por salvar a Andrea.

¿Cómo puede ser que nos guste tanto chapotear en los asuntos de los demás?

«Y si vuelves a mi mente basta pensar que no estás, que estoy sufriendo inútilmente porque sé, yo lo sé, yo sé que volverás».

Me vuelvo de golpe. Nada. No hay nada peor que quien espera algo… y no encuentra nada.

El dolor de saber que esa marea alta no me abandonará nunca.