La duración del llanto es importante. Valoro especialmente las sesiones prolongadas que dejan tiempo a la curiosidad, a poder mirarme al espejo y observar mi tristeza física. Hasta el llanto más auténtico y potente puede soportar esta actividad científica. Entrar tambaleándose en el cuarto de baño con la cabeza gacha y luego armarse de valor para levantar la vista al espejo, donde la respiración entrecortada sacude los hombros y tenemos la nariz de un borracho crónico. Quizá resulte de interés palparse un rato la cara hinchada, observar un ojo sanguinolento y luego el otro, pero en realidad la belleza está en el movimiento, en cómo la boca intenta tragarse la desesperación. Después del escrutinio, no es fácil convencer al llanto de que no tienes malas intenciones, pero con calma y paciencia —eres como Jane Goodall con los chimpancés— el llanto se acostumbrará lentamente a ti. Y volverá