al fin y al cabo tenía al ser de mi vida, el que, después de la muerte de mi abuelo, fue decisivo para mí en Viena, a la amiga de mi vida, a la que no sólo debo mucho sino, dicho sea francamente, desde el momento en que, hace más de treinta años, apareció a mi lado, se lo debo más o menos todo. Sin ella no estaría ya siquiera con vida y, en cualquier caso, no hubiera sido nunca el que soy, tan loco y tan infeliz, pero también feliz, como siempre.