Tenía un sabor amargo en la garganta. Me estabilicé al cabo de unos segundos y, poco a poco, el espacio empezó a tomar forma. Las sombras se tiñeron de color. Cuando el mareo cesó, comprobé que estaba en mi habitación. Una sábana blanca me cubría de los pies al cuello y, extrañamente, estaba húmeda. Supe de inmediato que algo no iba bien: tenía la frente mojada, los huesos me dolían y cualquier movimiento lo empeoraba todo. No tardé en darme cuenta de que estaba empapada en sudor. Maldije en voz baja cuando el dolor se volvió más intenso.
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