Cuando crece el número de jugadores interdependientes, la figuración del juego, su desarrollo y su dirección devienen cada vez menos transparentes para el jugador individual. Por mucha que sea su capacidad de juego, se hace cada vez más incontrolable para el jugador individual. El entramado de más y más jugadores funciona, así, en una medida creciente —en la perspectiva del jugador individual— como si tuviese vida propia.