La Pollera Ediciones

me preocupa que cuando yo muera a usted mismo le cueste recordar mi cara y mi voz. ¿Sabe por qué? Porque lo tuve a usted en mis brazos, y porque aprendí a tejer con mi madre, y porque me he tomado miles de agüitas mirando el mar. Eso nadie lo sabe y a nadie le importa y por lo mismo está claro que nadie lo va a recordar, pero yo lo tengo acá adentro, y cuando venga la muerte la podré mirar y preguntarle cuántos hijos tuvo ella, cuántas cucharadas de azúcar le puso a sus tecitos, cuántas veces vio una gaviota lanzarse en picada al mar y salir de vuelta hacia el cielo con un pescado. Y la muerte no me va a poder decir nada, porque la muerte es eso: la muerte. La muerte es la envidiosa de los que tuvimos una vida

no me preocupa que cuando yo muera a usted mismo le cueste recordar mi cara y mi voz. ¿Sabe por qué? Porque lo tuve a usted en mis brazos, y porque aprendí a tejer con mi madre, y porque me he tomado miles de agüitas mirando el mar. Eso nadie lo sabe y a nadie le importa y por lo mismo está claro que nadie lo va a recordar, pero yo lo tengo acá adentro, y cuando venga la muerte la podré mirar y preguntarle cuántos hijos tuvo ella, cuántas cucharadas de azúcar le puso a sus tecitos, cuántas veces vio una gaviota lanzarse en picada al mar y salir de vuelta hacia el cielo con un pescado. Y la muerte no me va a poder decir nada, porque la muerte es eso: la muerte. La muerte es la envidiosa de los que tuvimos una vida

Las tortugas marinas llevan un pedacito de la historia planetaria en cada una de sus escamas

aquí todos somos iguales, allá afuera éramos distintos. Y estábamos tan orgullosos de ser distintos.

Las lealtades siempre se agotan antes que la comida y el tabaco.

Al final, y por mucho que uno se queje, se abraza la miseria como se abraza cualquier cosa en la que hayamos sido criados: por la fuerza de la costumbre

Bajé por espacio y aires

y más aires, descendiendo,

sin llamado y sin llamada

por la fuerza del deseo,

y a más que yo descendía

era mi caer más recto

y era mi gozo más vivo

y mi adivinar más cierto,

y arribo como la flecha

éste mi segundo cuerpo

en el punto en que comienzan

Patria y Madre que me dieron.

pero como fui tan otra

y tan mudada regreso,

con temor ensayo rutas,

aunque ya no lleve nombre

ni dé sombra caminando,

no me oigan pasar las huertas

ni me adivinen los pueblos.

Son muy tristes, mi chiquito,

las rutas sin compañero:

parecen largo bostezo,

jugarretas de hombre ebrio.

No las tomes, no las sigas

que son también mataderos.