Paso número tres: descubre que tu marido es la maldad pura
Es medianoche. Han pasado tres horas.
He aporreado y arañado la puerta hasta clavarme astillas bajo las uñas. He gritado hasta desgañitarme. He pensado que, aunque él no quisiera sacarme de aquí, tal vez los vecinos me oirían. Pero al cabo de una hora, he perdido la esperanza.
Estoy sentada en el catre, en un rincón de la habitación. Con los muelles del colchón clavándoseme en las nalgas, por fin dejo que las lágrimas se me deslicen por las mejillas. No sé qué planes tiene para mí, pero no pienso más que en Cecelia, dormidita en su cuna. Sola con ese psicópata. ¿Qué piensa hacer conmigo? ¿Y con ella?