Más que el color de tu pelo, me interesa saber cómo habría sido tu voz (cómo habrías sonado respondiéndonos esto), si era grave, aguda o rasposa. Si tus manos eran suaves o ásperas. Si en tus brazos se delineaba el esfuerzo que a diario implicaba cargar a tus hijos, el sol que quizá te pegaba del lado derecho y del izquierdo no, o si esa fortaleza estaba escondida porque la cubría carne tersa y pálida, como el pan y la leche, y tus uñas terminaban asomadas como almendras desnudas en los dedos.