utarlo dejaba un suave poso de amargura: la mía, era una belleza inútil; se agotaba en el mismo punto en el que nacía, sin un ser que la contemplara y se deleitase en ella, que le inspirara sentimientos delicados o arrebatadoramente apasionados. ¡Sé cómo se sienten los retratos olvidados en sótanos y desvanes! No existe en este mundo nada más carente de sentido que una obra de arte sin nadie que la contemple