A muchas personas —hombres y mujeres—, sin duda muy superiores a mí en innumerables aspectos, les ha impresionado ese espectáculo, y han explicado que, aunque su Razón protestaba, su Imaginación se hallaba subyugada. No puedo decir lo mismo. Ni las procesiones, ni las misas mayores, ni el enjambre de cirios, ni el balanceo de los incensarios, ni los lujosos ropajes eclesiásticos, ni las joyas celestiales despertaron mi interés. Cuanto vi me pareció ostentoso, no majestuoso; groseramente material, no poéticamente espiritual.