El tranvía es el último de los románticos. Nieto de los ferrocarriles, es al mismo tiempo el dandy de su estirpe. No tizna ni se llena de grasa, no se anuncia con silbatos y bufidos como sus abuelos. Brummel de los caminos de hierro, el tranvía es el cisne de los trenes, y el canto de cisne del tren en la urbe, ante el empuje del naciente automóvil.