Andrea Chapela

Siempre te fue difícil no tomar un reto una vez que estaba frente a ti, no lanzarte de cabeza, calcular rápidamente las posibilidades de fallo, no hacer caso a tu sentido común, obedecer las ganas en tu estómago y lanzarte. Llevabas la curiosidad a ras de piel.

los clientes esperaran un hombre. Rivera llevaba el cabello largo y vestía con faldas y blusas para que sus clientes no olvidaran que era mujer

Al llegar al Periférico, se quitó el interventor. Cerró los ojos y abrió la ventana para alejar el mareo. Una vibración en la nuca le avisó que había recibido el pago por un trabajo bien hecho.

Había aprendido trabajando para la agencia que lo mejor para lidiar con el rebote mental era ver videos de gatos en un circuito constante.

Cuando las puertas se abren, me quedo donde estoy. Su ausencia o presencia no me detendrán.

Centro me pertenecía y lo quiero de vuelta.

Esa noche hizo dos maletas y se fue. Después me asaltaron nuevas preguntas filosóficas. ¿Habíamos vivido la misma relación? ¿Había sido real o solo mi percepción personal? ¿Cuánto había filtrado sus molestias, su insatisfacción? ¿Por qué no hubo un aviso para saber cuándo nuestras versiones de la realidad eran ya tan diferentes que se habían vuelto incompatibles?

El cuerpo me pide tomar café, pero está bien, porque ahora le pongo leche y azúcar sin que nadie me critique. Unas por otras.

puedo continuar con algunos de mis rituales, sobre todo si Carlos siempre pensó que eran infantiles. Decía que solo una niña se emocionaría tanto por probar un nuevo sabor de helado y por eso siempre ordenaba lo mismo.

¿Por qué me parecía fascinante? ¿Por qué no podía dejar de escucharlo, de seguir sus consejos?