Hace poco, un amigo me dijo algo sabio: para que un matrimonio dure, lo único que importa es sostener la decisión. Ni llevarse bien, ni tener proyectos en común, ni el amor por los hijos. Solo la decisión, que por cierto se toma un día pero vale para todos los que vendrán. Cuando las cosas se ponen difíciles, me dijo, hay que confiar en aquella vez.
O revisarla, pensé yo. Para que la decisión dure, habría que ser idéntica a una misma. ¿Y quién de nosotras puede decir que es la misma que hace dos, diez o cincuenta años? Solamente lo fugitivo permanece y dura.